Nuestra Historia
Ciento cincuenta años antes de que don Rafael Parga sembrara en 1862 los primeros granos de café en los hoy municipios de Colombia y Dolores, pertenecientes entonces al Estado Soberano del Tolima, el café de América se cultivaba únicamente en las islas francesas del Caribe, desde donde se propagó hacia Costa Rica y Venezuela para finalmente extenderse por Colombia y los demás países tropicales de la zona (Tirado et al., 2017a),
Según Tirado et al. (2017b), el grano originario de África llegó a territorio nacional en manos de sacerdotes jesuitas, quienes en 1723 lo trajeron desde Venezuela y le dieron tratamiento inicialmente en Santander, donde para los años setenta del siglo XIX se originaba el 90% de la producción cafetera colombiana.
El auge fue tal que luego la producción se empezó a desarrollar en la parte occidental de Cundinamarca, siguiendo su expansión por el occidente -Antioquia, Caldas, Tolima y Valle-, y recorriendo caminos que finalmente trajeron el cultivo al departamento del Huila.
Tras la iniciativa liderada por Parga, que constituyó las bases de la caficultura en territorio huilense, el señor Vicente Durán Alvira, con semillas procedentes del municipio de Colombia, fundó en la región de Palacio, en Neiva, la primera plantación de importancia, y poco a poco por la cordillera Oriental el café fue extendiéndose hasta llegar al centro del Huila, teniendo a Garzón y Gigante como epicentro de una naciente actividad promisoria, que luego llegó al occidente del departamento en los municipios de La Plata y circunvecinos. (Chalarca, 2000a).
Pero en el sur del Huila la historia es diferente; se cree que el cultivo inició en la Hacienda Laboyos (lugar donde hoy se encuentra asentado el municipio de Pitalito), promovido por presbíteros para el perdón de los pecados, pero alcanzó su máximo esplendor bajo la Administración de Leonidas Lara entre los años 1891 y 1902.
Al comenzar la Guerra de los Mil Días (1899-1902), en la Hacienda Laboyos había 120.000 cafetos, debido a que en esa época se obligaba a sembrar a cada uno de los ocupantes contratados 600 árboles en promedio, lo que generó una nueva forma de ingresos y el incremento de la capacidad de compra de los productores comprometidos con este interesante proceso económico (Chalarca, 2000b).